Tribulaciones de un madridista
Javier Aznar
Uno cree conocer a sus amigos. Esas personas con las que has crecido, con las que has pasado por toda clase de momentos. Hasta que llega ese día en el que uno de ellos te dice que se casa y que la boda es el sábado de la final de la Champions. Y de pronto ese amigo se convierte en un total extraño para ti. Un desconocido. ¿Cómo alguien, en su sano juicio, alguien con el que compartes un código, una serie de valores, de principios, puede mirar el calendario y no respetar el fin de semana sagrado de la Champions League?
Estoy hundido. Además los novios amenazan con no poner pantallas durante la boda. Y yo soy testigo. No sé bien qué clase de poder me otorga eso, pero pienso ejercerlo hasta sus últimas consecuencias. A lo mejor escribo una carta al Vaticano, que para algo tenemos un papa argentino. Él lo entenderá. Tampoco descarto encadenarme a un árbol en señal de protesta o interrumpir desnudo el banquete como esos espontáneos que saltan al campo para hacer alguna reivindicación con una pancarta. Pero aquí no acaban mis desgracias. Por supuesto que no. Porque esta semana, si el Real Madrid logra vencer en Belgrado al Barça en la Final Four, improbable pero no imposible, también podría perderme la final de la Euroliga. Porque sí, lo han adivinado, tengo otra boda. Este caso, además, es especialmente sangrante porque, por primera vez en años, la Euroliga ha decidido pasar la final del domingo al sábado. Sin consultarme. ¿Por qué? Para amargarme la existencia. No busquen más motivos. Así que podría darse la situación de haberme tragado todos los partidos de la Euroliga y todos los partidos de la Copa de Europa, y perderme las dos finales. Huelga decir que las veré, caiga quien caiga, por lo civil o por lo