Sí, sí, sí, nos vamos a París
Tomás Roncero
El Robin Hood del fútbol. Así van a apodar al Real Madrid a partir de ahora en todos los foros futbolísticos de la Tierra. Un equipo capaz de inutilizar los petrodólares de Qatar (el PSG de Messi, Neymar, Mbappé...), de repetir gesta con el equipo multimillonario fabricado por el ruso Abramovich sin atender al Fair Play Financiero, y de rizar el rizo echando de la final de París al equipo que Guardiola, que ha invertido estos años más de 1.000 millones de euros en fichajes para tener tantas Copas de Europa como el equipo de mis dos pueblos manchegos (el Herencia y el Villarrubia de los Ojos). De esto se hablará durante muchos años. Lo acontecido en las tres noches mágicas ante PSG, Chelsea y City será recordado en los libros de Historia. Y hablo más allá del fútbol. Vaticino que desde ahora los partidos de Champions en el Bernabéu van a ser objeto de culto y destino turístico, igual que uno va a París a ver la Torre Eiffel o a Roma para ver el Coliseo. Si te gustan las emociones fuertes no hay que ir a la Warner. Pague usted su entrada y venga a ver al Madrid mientras se escucha de fondo el himno de la Champions. O de la Copa de Europa, como la llama mi señor padre. Todo es un trance interminable. En la hora de la comida compartí mesa y mantel con 68 peñistas llegados de todos los rincones de la piel de toro. Pues les prometo que lo de «vamos a ganar 3-1 en la prórroga» era la expresión más utilizada entre delicias de merluza y trozos de chuletón que caían devorados por esa afición que desde las siete de la tarde tomó Concha Espina y los Sagrados Corazones para convertir le llegada del autobús del equipo en un acto de locura colectiva. Los hombres de Ancelotti alucinaban con los ojos como platos. «A esta