La represión que fusiló a Osasuna | Deportes | EL PAÍS
Se llamaban Enrique, Natalio y Santiago. Los tres hermanos Cayuela procedían de una familia liberal, republicana e intelectual de Pamplona, “incómoda” en aquellos años 30 con hedor a guerra. Y eran “sospechosos, peligrosos, una amenaza”; parte de esa “zurdería” y ese “eje del mal” que, pensaban los golpistas del 36, se debía eliminar a toda costa para que no siguiera expandiéndose el veneno de la izquierda. De una forma u otra, los tres estuvieron vinculados al nacimiento del Club Atlético Osasuna, por una serie de jóvenes de familias acomodadas, formados académicamente y en su mayoría vasquistas. De ahí el nombre en euskera: salud, vigor, lozanía. Nada de la terminología anglosajona tan propia de la época.
El primero de ellos, Enrique, logró salvar la vida gracias a que, después del golpe militar del 18 de julio, se escondió durante medio año con el dirigente de Izquierda Republicana y catedrático Ramón Díaz-Delgado enel reloj de la fachada principal de la antigua Estación de Autobuses de Pamplona (metro y medio de ancho, por dos de alto) y se exilió en Chile. No corrieron la misma suerte los otros dos hermanos.
Natalio presidió Osasuna durante casi un decenio y logró que su equipo ascendiera de la Tercera a la Primera División, éxito logrado en 1935, justo antes de que se desatase la Guerra Civil. Sin embargo, él y Santiago fueron interceptados y fusilados junto a otras 51 personas al sur de Navarra. Lo mismo sucedió con otros directivos y jugadores que también fueron represaliados.
Ahora, su historia y otras anexas salen a la luz gracias a la profunda investigación de un colectivo () que demanda “reparación” y que a lo largo de los tres últimos años ha ido buceando entre archivos, escritos y hemerotecas, tirando del hilo