La mejor salida para Marcelo
Sergio Gómez
Cada vez que me encuentro cara a cara con un anciano, me quiebro. El daño es incluso mayor si voy caminando unos pasos detrás de los suyos. En ese caso, me derrumbo. Con la cuarentena soplando en la nuca (no el aislamiento sino la edad) me duele la vejez porque es lo que seré y ese no poder ser en plenitud me hace un nudo en la garganta. Ser a medias es ver jugar a los demás sentado en la acera, con la cabeza entre las rodillas. Por eso, me emociono cuando alguien a quien hace años no veo me encuentra más joven, como si yo estuviera ganando un pulso que ya tiene vencedor de antemano. Por eso, me emocionó el jueves Marcelo.
En Elche, el brasileño me hizo reponer calendarios. Dio la sensación de recuperar a golpe de flashazos la memoria y el amor propio y desplegó de nuevo sobre el mostrador verde que le ha sentado en la historia del Madrid a la derecha de Roberto Carlos. Se rehizo de un primer fallo que casi cuesta un disgusto al equipo con la receta brasileña de la felicidad: sonrisa, ataque, libertad y magia. ¿Y defender?, preguntará usted. Mi familia bien, gracias. Marcelo siempre fue un candado abierto atrás así que ahora, con 33 años y demasiado kilometraje, ya no está para proteger en grandes espacios (Alaba es el tippex perfecto). Sin embargo, si recupera el color arriba, será la mejor noticia posible para el equipo (desempolva una de sus mejores armas), para Ancelotti (le engancha en el tramo de más desgaste), para el propio Marcelo (se merece la mejor salida, entre aplausos y sin reproches) y para la afición. A medida que crecía en Elche, los seguidores madridistas rejuvenecían. Un caño a Josan, un remate con veneno, un taconazo… Cuando vi sacar su espuela a pasear y golpear el balón al hueco, por