Demasiado tarde y demasiado poco
Patricia Campos Domenech
Salimos de una pandemia y nos metemos en una guerra. Parece que no hemos aprendido nada. Una vez más queda claro que el fútbol es todo lo contrario. Es pasión, sentimiento y felicidad. Mientras el sonido de los cazas retumba en la ciudad de Kiev y las sirenas antiaéreas avisan a las familias que se escondan en las estaciones de metro, sin poder impedir que mueran cientos de personas, el Valencia y el Betis vuelan directos a la final de la Copa del Rey y ya parece que la guerra de ahí al lado, deja de oírse gracias al rugido de las aficiones festejando sus triunfos.
La vida es muy complicada y cada uno la vemos de una forma. Tanto que nos escandalizamos y nos arrodillamos antes de un partido para denunciar un gesto racista, pero no hacemos nada cuando semana sí, semana no, asesinan a una mujer, o un entrenador propone hacer un gang rape a una de sus jugadoras. Y lo fuerte es que sigue entrenando. No me imagino a un entrenador de primera llamando «macaco» a un jugador y permaneciendo en su puesto.
Hay cosas que llaman la atención y mucho. Tampoco entiendo por qué el Schalke durante 15 años lució con satisfacción el logo de Gazprom, la empresa propiedad de Putin y sus colegas, mientras tenía lugar la brutal guerra de Georgia o mientras el mandatario ruso suministraba armas a Bashar al-Assad en Siria. Y es que la sombra de Gazprom es muy larga. Es uno de los principales patrocinadores de UEFA, de la Champions y da nombre al estadio donde iba a disputarse la final. También esponsoriza la Liga Europea de Naciones, y además, es uno de los tres patrocinadores de la próxima Eurocopa del 2024.
Sergey Semak, entrenador del Zenit.REUTERS
Tal vez, como dijo Sergey Semak, entrenador del Zenit, otro equipo