Dinastía, legado, hegemonía, reinado. En la jerga del periodismo deportivo, es habitual hablar con grandilocuencia de aquellas gestas que acumulan varios años. Carolina Marín justifica todas las hipérboles, hasta las empequeñece. 337 días después de su grave lesión en la rodilla izquierda (rotura del ligamento cruzado y de los meniscos interno y externo), la onubense, entre lágrimas, recordando todo el dolor, se ha proclamado campeona de Europa por sexta vez seguida tras vencer a Kirsty Gilmour (21-10 y 21-12 en 42 minutos) en la final de Madrid. No llegó a tiempo para el Mundial de su Huelva natal (en diciembre de 2021), pero su regreso merecía ser mágico. El Europeo estaba programado para la ciudad finlandesa de Lahti, pero una renuncia de última hora abrió las puertas de la capital, por las que, triunfante, como merecía, en un Polideportivo Municipal Gallur espléndido durante todo el torneo («este oro también es vuestro», exclamaba Marín tras la final), ha desfilado la jugadora española. Con aplomo y brillantez, con respeto y ambición, con la justa medida que sólo tienen los elegidos.