La partitura de Stephen Curry
Sucede muchas veces: los Celtics no salieron a jugar el primer cuarto del segundo partido de las Finales 2022 de la NBA. No, se lanzaron al quinto parcial del duelo inaugural, con la inercia de su deslumbrante remontada del jueves. Como si solo hubiera transcurrido un breve descanso para coger aire y no hubieran pasado, en realidad, casi 72 horas. Los Celtics, era obvio, se habían pasado los días enjaulados en el hotel, felices pero ansiosos, con ganas de jugar más. Habían visto la ruta hacia el anillo como una autopista, el Chase Center como una lujosa parada hacia la gloria. Y salieron a jugar convencidos de que las Finales podían ser cortas, de que olía a sangre en la Bahía.
En dos minutos y medio, los Celtics ganaban 5-13. En ocho, 13-22. Su defensa asfixiaba a los Warriors, que volvían a parecer livianos, en la zona. Y esta vez no concedieron un periodo de gracia a Stephen Curry, que de meter seis triples en el primer cuarto de las Finales pasó a tirar solo 3 (anotó uno) en esos primeros doce minutos en los que los Celtics, en ataque, sacaban tiros limpios y aprovechaban con inteligencia cada ajuste de Steve Kerr, como el que sabe qué va a hacer su rival siempre un par de segundos antes. Como esas peleas mal coreografiadas en las películas de artes marciales de serie B.
Y, sin embargo, ese primer cuarto se cerró con un 31-30 que fue un ejercicio de resistencia de los Warriors: del que, sencillamente, no podía perder porque había agotado las vidas (por ahora), en su nefasto final del tercer partido, cuando un +15 se convirtió en un -12 y el factor cancha cambio de océano, 5.000 kilómetros de California a Massachussets. Esa es la baza ahora de los Celtics, que hacen las maletas con la certeza de que han hecho el trabajo