La Matanza de Texas, crítica. Sangre y gore, pero poco más - MeriStation
Si las malogradas series de Scream y de Sé lo que hiciste el último verano trataron de acercar su historia a las audiencias más jóvenes, algo parecido ocurre con La Matanza de Texas. Los olvidables protagonistas son un grupo de influencers que acude a Harlow, un pueblo casi fantasma y alejado de la civilización. ¿El objetivo? Revitalizarlo y retransmitir el proceso en Instagram. Lo que no saben es que en ese lugar se esconde un terrible secreto, un asesino que ha permanecido en las sombras durante décadas. Esa es la sinopsis de la nueva película producida por Netflix, un producto con buenas ideas, pero con una paupérrima ejecución.
La premisa de que los protagonistas sean estrellas de las redes sociales funciona como recurso de modernización, pero no tarda en difuminarse cuando lo único que refleja es la obvia superficialidad de las apariencias. Nada más poner los pies en esta localidad de Texas, los influencers abren las puertas del viejo orfanato y se encuentran cara a cara con una anciana. Defienden que es su propiedad y la mujer sufre un colapso y muere de un infarto. Su «niño», el único que queda en el orfanato, es Leatherface. Y ahora vuelve a tener instintos asesinos.
El filme dirigido por David Blue Garcia está basado en una historia concebida por Fede Álvarez y Rodo Sayagues. Se trata de una secuela alternativa de la película clásica de 1974, por lo que se abre una. Elsie Fisher, Sarah Yarkin, Nell Hudson y Jacob Latimore encarnan a personajes cliché sin ningún interés. Tampoco el gran regreso de Sally Hardesty —ahora interpretada por Olwen Fouéré— encaja demasiado bien en el argumento del largometraje, tan plano y blando como insípido. Parece que está ahí simplemente porque tiene que estar.
Pese a que la historia