Estrellas y leyendas, el proceso de relevo en la élite | Deportes | EL PAÍS
El deporte no escapa a una inflexible realidad: hasta las fuerzas más poderosas son efímeras en cierto modo. Las leyendas lo son porque algún día dejamos de verlas, se despojan de esas capacidades para tomarnos por sorpresa y pasan a poblar nuestro recuerdo. Nadie escapa de este proceso, aunque tantas veces nos cueste imaginar algo distinto del presente.
En el fútbol, como en tantas disciplinas, los referentes mundiales se han ido sucediendo con el paso del tiempo. Cada generación ha tenido a sus figuras, a jugadores que han trascendido no ya a sus clubes sino a su propio deporte, hasta convertirse en iconos ajenos al paso del tiempo. Con el impacto global inmediato de la actualidad, es un fenómeno acentuado en estos últimos años.
Si algo demuestra el deporte es que la competencia multiplica la capacidad de superación. Los claros dominadores suelen alcanzar esa categoría por tener duros rivales, adversarios que les obligan a reinventarse de manera permanente. Sentir esa amenaza del relevo es el mejor estímulo para la mente de un competidor, dispuesto a entregarse en cuerpo y alma para proteger el territorio.
Las grandes rivalidades que han pasado a la historia están repletas de ejemplos. Magic Johnson y Larry Bird como buenos iconos del baloncesto en los años 80, a quienes siguieron figuras como Michael Jordan y Kobe Bryant, entre otros. El tenis nos dejó el ejemplo de Bjorn Borg y John McEnroe, dos caracteres opuestos pero unidos por la misma pasión, como después nos ocurriría con las carreras de Roger Federer y Rafael Nadal, todavía actores en activo de una de las mayores rivalidades en la historia de la competición.
Anatoli Kárpov y Garri Kaspárov dejaron su huella en el ajedrez, como lo hicieron Martina Navratilova y