El Madrid castiga al PSG con un Waterloo de enormes consecuencias
Santiago Segurola
El fútbol produce con alguna frecuencia sus particulares Waterloos, momentos estratégicos de consecuencias resonantes para alguno de los clubes que participan en la batalla. En el Bernabéu se escenificó un Waterloo en toda regla, el choque entre dos potencias del fútbol que no están en las antípodas, pero representan intereses, modelos y perspectivas diferentes. Al Real Madrid y al PSG les une la riqueza, la ambición y poco más. Se midieron para dirimir algo más que un partido.
Se enfrentaban la mística de la historia en un equipo que acaba de cumplir 120 años y el neón que resalta en las estrellas de un club forrado de petrodólares. El Real Madrid es hijo del viejo fútbol. Es férreo, le sobra carácter y orgullo, su influencia social es impresionante, su nombre evoca gestas, grandes títulos, futbolistas inolvidables y una capacidad de atracción incomparable.
Benzema y Modric se abrazan sobre el césped del Bernabéu.
Jugar en el Real Madrid ha sido, es y será el destino principal de los mejores jugadores del mundo. Van al Real Madrid porque es un club formidable, pero también porque ofrece una garantía de solidez y solemnidad. Jugar en el Real Madrid significa impregnarse de confianza, de sentirse asistido por el intangible de la historia, que a cambio exige un compromiso y un rendimiento irreprochables. Es el Madrid el que mide a sus estrellas, no las estrellas al Madrid.
El PSG es un producto de nuevo cuño que busca el camino corto para instalarse junto a las potencias tradicionales del fútbol. Le desbordan el dinero y las prisas. Hay algo artificial en su diseño, y se nota. No logra espesar, desprenderse de su perfil epidérmico. A diferencia del Real Madrid, que siempre mira alto, pero está pegado al suelo,