Betis y Valencia se ganan el cielo
Javier Sillés
La final de Copa trajo un partido gigante, absolutamente maravilloso, que apenas dio tregua y que vivió la traca final de los penaltis. Cada uno a su manera, sin dejarse nada, Betis y Valencia sintieron la final suya por momentos, pero que al final solo fue de los de Pellegrini. Sin dudas en los onces y en los planteamientos, arrancó infinitamente mejor el equipo verdiblanco al dar entre líneas con Canales y Fekir y disfrutar de los primeros retazos de la exhibición de Borja Iglesias. William Carvalho y Guido atraían a los centrocampistas del Valencia y los mediapuntas béticos podían recibir entre líneas con cierto desahogo. Si no, lo hacía Borja Iglesias, al que le dio igual medirse a tres centrales. Hubiera podido con los que se pusieran por delante. El Betis instrumentalizó el desarrollo del partido hacia su conveniencia. Hilvanó el juego por dentro, se alargó por las bandas con Bellerín y Álex Moreno y amenazó con los apoyos de su delantero. El Valencia pasó el trago como pudo, bajo una extrema incertidumbre y con el marcador en contra por una jugada que dibujó a la perfección el dominio bético. Pero al Betis le faltó concretar ese segundo gol que hubiera normalizado su hegemonía. En esas se levantó el bloque de Bordalás, al que le hizo un favor la excesiva osadía del Betis con su pretensión de defender siempre hacia delante.
Se puso el Valencia en los pies de Soler y Guedes, materia prima de otro costal. El Valencia es una gran familia, donde el corporativismo es obligado, con dos solistas para cualquier equipo. De un toque del primero nació la transición estupenda del gol de Hugo Duro. Fue otra cosa el Valencia a partir del empate. Soler siempre leyó bien los movimientos a la espalda de William Carvalho