Se acabó para los Nets una temporada que nunca empezó. De nada valieron los pensamientos previos o eso de que en playoffs iban a ser un problema para los equipos de arriba. Tampoco que los Bucks se dejaran perder el último partido de temporada regular porque pensaron que era la bestia negra de la primera ronda. Tanto aquí como al otro lado del charco, analistas y periodistas han (hemos) mantenido que este equipo era candidato al anillo, al título. Que el talento gana campeonatos. Pero de nada vale el talento si no viene acompañado de cierta dosis de lógica estructural, de algún tipo de cimiento que sustente algo que falla desde la base hasta la cúspide, que no tiene sentido ni en su dueño ni en sus estrellas. Que está desmadejado, descontextualizado, en un momento desconocido del proyecto y con una incertidumbre en torno a su futuro que solo rivaliza con la catástrofe que vive en un presente que se asoma a un verano de reflexión, y ya veremos si cambios.