Quizá, solo quizá, con el James Harden de antaño se podría haber rascado algo. Pero es una fantasía pensar que, en la actualidad, el escolta saque adelante un partido fuera de casa, ante un rival inquebrantable, serio hasta la saciedad, y sin ayuda de Joel Embiid. Que a Harden se le ha acabado la magia, edad y hábitos mediante, parece un hecho. Como lo es que, o los Sixers se inventan algo para que Embiid pueda jugar, o van a tener muy pocas posibilidades de alargar la serie. Esta vez jugaron mejor, estuvieron siempre en una desventaja que rondó los 10 puntos, amenazaron con remontar y defendieron con menos indolencia. Y, a pesar de todo eso, estuvieron lejos de un rival neta y completamente superior, que les superó por físico y pizarra y que tiene una fortaleza que escapa de las bajas (la de Kyle Lowry) y encumbra al genio que es Erik Spoelstra. Al final, 119-103, 2-0 y rumbo a Philadelphia.