El prestigio de Joan Laporta está en juego. Después de asegurar que resolvería la renovación de Messi en un asado para luego no poder retener al argentino; y de filtrar de enero hasta marzo que iba a fichar a Haaland hasta que entendió que era imposible, el presidente se enfrenta al desafío. Un fracaso más con el polaco erosionaría su figura como presidente y, sobre todo, pondría en discusión su vieja fama de seductor, con una capacidad de convicción superior a otros dirigentes. Esa magia lleva meses bajo sospecha y da la razón a quienes opinan que al actual Laporta le falta el viejo vigor de 2003, cuando fue elegido por primera vez presidente hace casi 20 años; y, sobre todo, la calidad del equipo que tenía alrededor: Sandro Rosell, Txiki, Ferran Soriano, Marc Ingla...