Por las lesbianas invisibles
Patricia Campos Domenech
En el mundo existen miles de problemas y uno de tantos es la lesbofobia. El rechazo a las mujeres que no viven la vida como la mayoría. Sin embargo, es innegable la naturalidad que le dan las futbolistas lesbianas a este asunto. En el partido Suecia-Canadá del Mundial de Francia que clasificaba a las suecas a cuartos, la defensa Magdalena Eriksson, al terminar el partido, como cualquier otro futbolista, fue corriendo a la grada a encontrarse con su pareja, la también futbolista Pernille Harder, dándole un beso para celebrar el pase. Es como si el fútbol se riera en la cara de todo tipo de discriminación.
También en las olimpiadas, las deportistas lesbianas cada vez son más visibles. Al menos 185 deportistas LGTBI compitieron en los pasados Juegos de Tokio, según el recuento de Outsports. Un dato que demuestra el salto en visibilidad que ha dado el mundo del deporte en los últimos años. A ello contribuyeron 42 mujeres futbolistas, 17 jugadoras de rugby y 13 de baloncesto. Y es que la visibilidad en el deporte sigue siendo cosa de mujeres, en una proporción de 9 a 1. Todavía hay muchas deportistas que les cuesta utilizar la palabra lesbiana para definirse a sí mismas debido a la connotación negativa que la sociedad le ha dado a esta palabra a lo largo de la historia. Lo podemos ver en cualquier campo de fútbol amateur o profesional cuando el árbitro es una mujer, el 90% de todos los insultos que recibe están relacionados con su orientación sexual. O cuando hace unos días, el jugador de Osasuna Rubén García, subió una foto a sus redes con una pulsera con los colores LGTBI y lo acribillaron a insultos homófobos. Hasta hace bien poco, las lesbianas hemos sufrido uno de los peores prejuicios


