Javier Aznar: Vinicius Mi tribunero favorito
Javier Aznar
Tras marcar ante el Alavés, Vinicius se besó el escudo, corrió a abrazar a su entrenador y luego regaló su anorak a un niño en la grada. El hat-trick perfecto del buen tribunero. Solo le faltó acercarse corriendo a cada lado del estadio, llevándose una mano a la oreja como hacía Hulk Hogan para arengar a su público en Pressing Catch.
Que nadie se confunda. Valoro mucho esta faceta de Vinicius. No todo el mundo vale para ser un buen tribunero. Requiere una disciplina, una dedicación y un fino método para entender los resortes y las corrientes subterráneas que mueven a una afición tan volátil como la del Bernabéu. El buen tribunero no tiene días libres. No se puede ser tribunero en jornada flexible. Es un estilo de vida, una entrega total. Un tribunero se deja todo en el campo, pero también fuera de él, con fotos en redes sociales, declaraciones de amor eterno al club y entusiastas proclamas de "¡Hala Madrid!" en cualquier contexto. Pero, por encima de todo, se lo tiene que creer.
En la película El Truco Final, dos aspirantes a mago van a ver el famoso show de un viejo y frágil ilusionista. El truco final, le dice el uno al otro, es todo lo que no se ve: mantenerse en el personaje cuando ya te has bajado del escenario, cuando nadie está mirando, subir las escaleras despacio, parecer desvalido. Algo que no se consigue de un día para otro. Requiere una entrega durante años. Esa devoción es la que conforma tu prestigio.
Vinicius es mi tribunero favorito porque entiende todo esto. Entiende la dedicación que implica. Sonríe, se besa el escudo y consigue hacer que todo parezca fácil. Pero no lo es.
Con Vinicius siempre me acuerdo de una escena de Mad Men. Durante una cena de esmoquin, un intelectual canadiense le