El fútbol y la madre que lo parió

Sergio Gómez

Al Clásico sin lo clásico y eso para alguien apegado a la nostalgia como un servidor es otro bofetón que se suma a los muchos recibidos en los últimos tiempos. Que el Madrid no juegue de blanco contra el Barça en el Bernabéu me está ahogando. Es cosa del patrocinador, intentan consolarme. Pero yo me revuelvo como se revolvían mis padres cuando exigías algo que se salía del raíl: «Mientras se viva en esta casa y bajo este techo se hace lo que se ha hecho siempre». Y bajo el techo (ahora retráctil) de Chamartín, perdónenme señores y señoras del márketing, se juega de blanco.

Entre unos y otros, entre árbitros y patrocinadores, entre la FIFA y el VAR, al fútbol no lo va a conocer ni la madre que lo parió, que diría Alfonso Guerra. Aunque en este caso, esa expresión está desprovista de todo tinte eufórico y positivo que impregnó aquellas palabras del político en 1982, con el PSOE llegado al Gobierno tras tantos años sumidos en el gris. El giro del volante empezó a darse cuando comenzamos a ver sobre el césped jugadores con botas de colores, menospreciando a las clásicas negras, para llegar a este punto, con el Madrid de negro y con tantos asteriscos sobre un deporte que nació simple que ya le miramos raro. Las manos ya no son manos, o sí; las rojas no lo son tanto, pero hay amarillas que son rojas; se anulan goles por la uña de un meñique o la longitud del flequillo porque el terreno de juego ya se ha convertido en una mesa de arquitectura, con su escuadra y cartabón; hay que tener una licenciatura en ventanas para saber cuántos cambios puede hacer tu equipo… No me toquen más el fútbol.

Llevo muy mal los cambios. Menos mal que luego, cuando empiece a rodar la pelota, nos salvará el exterior de Modric, el picante de