Popovich se queda sin vidas
Gregg Popovich dice adiós. El legendario entrenador, un mito viviente que en teoría seguirá, al menos, una temporada más en el banquillo texano, se queda sin vidas en Nueva Orleans. En una grada llena pero un lugar baloncestísticamente vacío, ante una franquicia joven y con escasa base social que ha transformado las migajas de su pasado más reciente en un leve intento de competitividad. Ahí es donde ha naufragado un equipo, el texano, con el que nadie contaba para el play-in, pero que ha llegado a base de los constantes deméritos de los Lakers y de una ligera regularidad que ha consistido en fallar menos, que no en acertar más. Al final, la última vida de los Spurs se quedó en eso, una última vida, sin adornos ni tiempos extra, con una representación de lo que son en este momento como equipo y como proyecto. Y si bien el mérito de haber llegado tan lejos luchando contra los elementos existe, la entidad necesita dar una gran vuelta a sus capacidades para replantearse un futuro que de momento no se vislumbra.