Hubo un momento durante esta temporada que el Atlético necesitaba hacer tres goles para ganar los partidos. ¿Por qué? Muy sencillo. Siempre encajaba al menos dos. Y, claro, eso era una rémora que encallaba los partidos. El Mallorca dos goles (1-2), el Sevilla dos goles (2-1), el Madrid dos goles (2-0), el Granada dos goles (2-1)… Y el Villarreal, el Athletic en la Supercopa y así una larga lista. Siempre dos goles o más. Siempre Oblak en esa foto, una desconocida en el Atlético: recogiendo el balón de su red más veces de las que nunca se habían visto en todos sus años como rojiblanco. El dato era demoledor: un tiro de cada dos, para adentro,. El 7 de febrero, nueve días antes del Atlético-Levante, el equipo del Cholo había recibido 54 disparos a puerta: 30 habían sido gol y sólo 24 había rechazado o detenido el meta con unos guantes que estaban perdiendo lo de milagro. Pero eso ha cambiado. La conjura tras el Levante también ha alcanzado la portería rojiblanca. De ella ha emergido un nuevo Oblak. O no, mejor dicho no. Oblak, simplemente, vuelve a ser el de siempre.