¿Qué hay que hacer para ser recordado como un villano extravagante, un tipo francamente insoportable, un compañero indeseable y, esencialmente, tal vez el jugador más odiado de la historia de la NBA? No es una sola cosa, claro. Ni una salida de tiesto en concreto, ni un determinado partido ni un muy, muy mal día en la oficina. Hay que ponerse a ello de verdad. Para empezar, por ejemplo, no está mal tener un libro autobiográfico (“Confessions Of A Basketball Gipsy”, las confesiones de un gitano del baloncesto) en el que cuentas cosas como que una vez pegaste a una monja o que tu propia madre, glups, te definió como «avaricioso».