El deporte tiene una facilidad innata para encontrarse con la épica. Forma parte de su idiosincrasia. Se suele componer de ganadores, perdedores y el hilo que, al mismo tiempo, les une y separa: una pelota que bota dentro o fuera, un segundo de más o de menos, etc. Altas dosis de adrenalina que, más allá de la emoción del momento, escriben páginas y páginas de historias increíbles. En ellas, desde hace mucho, Rafa Nadal es uno de los nombres más destacados. Ahora, todavía más. Por el qué y por el cómo. Por ser, tras vencer a Daniil Medvedev en la final del Open de Australia, el primer tenista de la historia en conseguir 21 Grand Slams, rompiendo el empate histórico con Novak Djokovic y Roger Federer (20 cada uno); pero también por haberlo hecho tras medio año sin competir y con el escafoides partido por la mitad. Sufrimiento, sacrificio y gloria. La secuencia lógica de la mencionada épica. El camino de un deportista que, junto a otros elegidos, forma parte de un selecto club de leyendas.