El arco de dos carreras que se tocaron, los dos puntos -inicial y final- que lo conforman. Y un legado. El mejor de siempre, el que más se acercó a su alargadísima sombra. Michael Jordan y Kobe Bryant, el deslenguado aprendiz que sentía que tenía que hacerse con todo lo que había a su alcance, demasiado pronto. Su obsesión por acercarse a ese tótem de perfección que acabó cincelando Jordan, que. Tanto habían sido uno para el otro, cada uno de una manera. Kobe acabó aprendiendo a admitir que por mucho que corriera, Jordan siempre quedaría a la vuelta de la siguiente esquina. Y este terminó por admirar el tesón y la ambición que hacían falta aunque solo fuera para aspirar a su trono. Tal para cual, o más bien dos creaciones del mismo molde. Kobe hecho a partir de una costilla de Jordan. El arco de dos carreras, con dos puntos en el tiempo.