Una vez más, y van 14, los astros se alinearon en para que triunfara en un lugar donde no fue querido al principio y del que ahora es amo y señor. Al balear le rodea una mística en París, un halo mágico que hace que prácticamente casi siempre las cosas le vayan bien. Este domingo se esperaba tormenta en la capital francesa a la hora de la final, pero la lluvia no apareció y el sol, poco a poco, empujó hasta que las nubes se abrieron completamente, dejando libre justo el espacio que ocupa la pista Philippe Chatrier. Allí, Nadal, con el pie izquierdo anestesiado, ganó a por 6-3, 6-3 y 6-0 en dos horas y 18 minutos para recuperar el trono y levantar su 14ª Copa de los Mosqueteros (nadie ha ganado tanto en un mismo evento), 17 años justos después de morder la primera el 5 de junio de 2005. Así sumó el 22º título de Grand Slam, dos más que sus perseguidores del Big Three, Djokovic y Federer (el suizo estaba en la ciudad). Sin muchos aspavientos, con respeto hacia su oponente y amigo al que abrazó, Rafa dejó caer su raqueta, se tapó la cara con las manos antes de agacharse y erguirse después con los brazos en alto y lágrimas en los ojos. Aunque uno lo haya visto en tantas ocasiones, siempre emociona.