El Atleti tocó fondo el miércoles 16 de febrero. Esa noche de miércoles, el equipo rojiblanco perdía ante el Levante, colista de LaLiga, sin disparar una sola vez a puerta, a un Levante que, hasta aquel día, había encajado más de 50 goles en contra. Las dudas rodeaban a un equipo que, por primera vez con el Cholo Simeone, recordaba más que nunca a los tiempos justo antes del Cholo. Desnortado, perdido, débil, acumulando goles encajados (34 había recogido Oblak de su red, más que nunca), acumulando derrotas (siete a un tercio de acabar LaLiga; la vez que más con el Cholo habían sido ocho, en la 2012-13). El punto de inflexión se escapaba, nunca acababa de llegar. Lo había dicho Giménez después de la remontada y victoria ante el Valencia, que lo necesitaban. No lo fue ganar al Oporto en la última jornada de la fase de grupos de la Champions, no lo fue ante el Valencia, tampoco tras remontarle al Getafe. Tampoco lo habían sido las derrotas. Ante el Athletic en la Supercopa de España en Arabia, el 4-2 en el Camp Nou, ante Mallorca, ante el Granada. La catarsis no llegaría hasta dos días después de ese miércoles, el viernes 18 de febrero, en una reunión comandada por Miguel Ángel Gil Marín con Andrea Berta, director deportivo, cuerpo técnico y plantilla. El consejero delegado sentía que el equipo se estaba derrumbado de verdad, como nunca con el Cholo, y tomó las riendas.
